Os cuento que mi alegría supera muchas cosas, mi vida cambio para bien y soy feliz al tener a mi bebe conmigo, Cada día recuerda más a mi hijo con su mirada encantadora, ANA OBREGÓN NOS RECIBE EN SU CASA DE MALLORCA JUNTO A ANITA, LA NIÑA QUE LE HA DEVUELTO LA ALEGRÍA DE VIVIR..

 Os cuento que mi alegría supera muchas cosas, mi vida cambio para bien y soy feliz al tener a mi bebe conmigo, Cada día recuerda más a mi hijo con su mirada encantadora, ANA OBREGÓN NOS RECIBE EN SU CASA DE MALLORCA JUNTO A ANITA, LA NIÑA QUE LE HA DEVUELTO LA ALEGRÍA DE VIVIR..









Han pasado cuatro meses desde que la noticia diera la vuelta al mundo. Ana Obregón había cumplido el último deseo de su hijo, Aless: traer una nueva vida a este mundo. Una niña que consiguiera burlar a la mala suerte y diera testi­monio de quién fue su excepcional papá. Aless Lequio solo tenía 25 años cuando le diagnosticaron un cáncer muy agresivo y 27 cuando falleció, después de una vida corta pero intensa, ejemplar en muchos sentidos. Aless, que tenía todas las papeletas para haber sido un chico difícil, fue trabajador y responsable, se graduó en una prestigiosa universidad de Estados Unidos, fundó una empresa de éxito, tuvo miles de amigos y dio una valiente lección de vida cuando tuvo que enfrentarse a su enfermedad.


Algunas de sus reflexiones filosóficas las ha recuperado su madre en un libro que se llama El chico de las musarañas, y que se ha convertido en un best seller. Ana Sandra Lequio Obregón, que cumplirá cinco meses el 20 de agosto, tiene un padre excepcional que la cuida desde el cielo y una abuela que ha perdido los papeles porque no hace otra cosa que mimarla, achucharla, quererla y dar gracias a la vida cada vez que la mira.


La conocimos pocos días después de su nacimiento, por gestación subrogada, en Miami. Su llegada al mundo fue una sorpresa inmensa y levantó un encendido debate a ambos lados del océano. Ana Obregón se había convertido en madre adoptiva y abuela biológica al mismo tiempo de una preciosa bebé. Tuvo que ser abrumador recibir todas estas críticas. Pero hoy, radiante, con su nieta en brazos, asomada al Mediterráneo que baña su querida Mallorca y con una sonrisa que no se le borra de la cara, nos dice: “No me importa absolutamente nada lo que diga nadie. Me hace cosquillas”.­


—¡Estoy feliz, feliz! Yo sabía que al volver a ‘El Manantial’ tendría que enfrentarme a un montón de sentimientos encontrados. Porque date cuenta de que el verano pasado fue el último de mi padre aquí, dos veranos atrás fue el último de mi madre y hace tres fue el último de mi hijo. Aless adoraba esta casa. Nos decía: “Pase lo que pase, esta casa no se vende, porque yo quiero que mis hijos disfruten de ella igual que la he disfrutado yo”. Y mira, su sueño se ha cumplido. Aquí está su hija, como él quería. Yo te digo solo una cosa: si Anita no existiera, yo ya no habría vuelto a ‘El Manantial’. Nunca jamás. Con eso te digo todo. Hubiera sido imposible estar aquí en su ausencia, con tanto dolor. Pero en cambio mira, aquí estoy con esta princesa que es una bendición, un milagro de verdad.


Mírala. ¡Madre mía cómo ha crecido! Me dice el pediatra que está en el percentil 98. Es altísima. Como su padre, claro, que era también muy alto. Aless medía un metro noventa y cinco. Anita es hermosa, es una muñeca, risueña, feliz, se pasa el día riéndose.


Del todo. Ya te digo que si no fuera por ella yo no estaría aquí. Me ha dado la vida. Me la ha devuelto. Ella es lo que ha dado sentido a mi vida estos tres últimos años: luchar cada día por tener a Anita conmigo.


Sí. Es clavada, clavada, clavada a él. Pero no solo físicamente, sino de forma de ser. Tiene la misma risa alegre, agradecida, se porta increíble y es glotona, como era Aless. ¿Cómo no va a ver una madre el parecido con su hijo, si hasta con los ojos cerrados lo sientes contigo? En algunos gestos es igualita a él. Tiene la misma boca y la misma nariz. Los ojos no sé todavía. De momento son verdes, como los de mi madre, pero no sé si se quedarán de ese color o cambiarán. Dice el pediatra que hasta los seis o siete meses pueden cambiar. Pero, mira, el color da igual. Es monísima y tiene unos ojazos. Y luego, también, el olor.


Sí. Te lo juro. Huele a Aless. Cualquier madre reconoce el olor de sus hijos. Todas las personas tenemos un olor especial y yo, que tengo los cinco sentidos muy desarrollados —bueno, menos la vista—, lo noto perfectamente, porque huele exactamente igual. Y la mirada. Me mira con el mismo amor que me miraba Aless. ¡Cuánto echaba de menos esa mirada!


A todo el mundo le va a encantar ver en este reportaje a esta niña tan feliz, tan bien cuidadita, tan contenta, que tiene todo lo que necesita. Esta es una niña doblemente deseada, porque la han deseado desde arriba, desde el cielo, y desde la tierra. Además, es superquerida porque está rodeada de tíos y primos que vienen a verla a casa, que están enamorados de ella. Y tiene ya dos primitos y los que vengan… porque, claro, sus tíos están todos entre los 15 y los 28 años. ¡Imagínate! A esta niña no le va a faltar nunca ni amor, ni dinero, ni nada de nada. Va a ser muy querida por toda la familia, que somos una piña. Y me gusta que la gente lo vea, ¿sabes?, porque en su momento se levantó mucha polémica con todo esto. Pero cuando vean lo bien que está esta niña, seguro que cambian de opinión.


Mira, cuando tienes que enterrar a un hijo, ¿tú crees que hay algo que te vaya a doler? No te duele nada más. Entonces, no me importa absolutamente nada lo que diga nadie. Me hace cosquillas. Porque la gente lo que tiene que hacer es ponerse primero en mi piel con empatía. Y yo, a las personas que me han criticado, les deseo amor. Todo el amor del mundo, porque les falta mucho, muchísimo amor. Esta es una niña que ha nacido con amor, con el amor más infinito que puede haber: el de una madre que quiere cumplir la última voluntad de su hijo.


Sí, así fue. Era la última voluntad de Aless y la dejó escrita y firmada en un testamento ológrafo. Lo escribió él, a pesar de que no podía casi ni escribir, porque fue dos semanas antes. Lo escribió delante de su padre y de mí: “En caso de que yo no esté, quiero que utilicéis las muestras que están en Nueva York para tener una hija en este mundo”. Ahora estará desde el cielo contemplando a su niña y cuidando de ella. Yo creo que las almas son eternas, porque el cuerpo humano es todo energía. Así me decía mi hijo: “Todo es energía, mamá. Nunca lo olvides, somos energía”.


Hay mucha gente... La mayoría no gracias a Dios, pero hay algunas personas bastante ignorantes. ¡Cómo no voy a poder traer a España a una niña que es americana! Pues como todos los americanos que vienen o todos los que vienen de cualquier parte del mundo. Mi niña tiene su pasaporte americano, que me lo han dado en Estados Unidos, sin ningún problema, en la Corte, en el juzgado, donde consta que yo soy la mamá adoptiva, pero genéticamente soy su abuela. Aquí, dentro de poco, la inscribiré también sin ningún problema. Pero ¿qué problema va a haber? Es curioso porque realmente yo no entiendo muy bien que algunos políticos se pongan tan enfrente de esto. Yo respeto la opinión de todo el mundo, pero no entiendo el juzgar. Juzgar, juzgan Dios y los jueces y nadie más. ¿Quién eres tú para negar a nadie el derecho a ser padre? ¿Tú quién te crees que eres? Yo respeto las leyes en España, donde la subrogación no es legal, pero en otros países sí lo es. Además, a una mujer que decide hacer una subrogación nadie le pone una pistola en la cabeza, lo hace desde el amor y desde la libertad. Cada ser humano puede hacer con su cuerpo lo que quiera y traer un niño al mundo es una cosa bonita. El milagro de traer una nueva vida al mundo es una bendición. Que la gente opine, vale, lo respeto. Pero, por favor, no juzgues.


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